martes, 18 de marzo de 2014

La familia y su importancia en el desarrollo del menor

Claves para tener siempre presente

El ambiente familiar es el conjunto de relaciones que se establecen entre los miembros de la familia que comparten el mismo espacio. Cada familia vive y participa en estas relaciones de una manera particular, de ahí que cada una desarrolle unas peculiaridades propias que le diferencian de otras familias. Pero el ambiente familiar, sea como sea la familia, tiene unas funciones educativas y afectivas muy importantes, ya que partimos de la base de que los padres tienen una gran influencia en el comportamiento de sus hijos y que este comportamiento es aprendido en el seno de la familia.

El ambiente familiar influye de manera decisiva en nuestra personalidad. Las relaciones entre los miembros de la casa determinan valores, afectos, actitudes y modos de ser que el niño va asimilando desde que nace. Por eso, la vida en familia es un eficaz medio educativo al que debemos dedicar tiempo y esfuerzo. La escuela complementará la tarea, pero en ningún caso sustituirá a los padres.

La parentalidad competente se caracteriza por un modelo afectivo de apego seguro, un estilo relacional centrado en las necesidades de los hijos y una autoridad afectuosa caracterizada por la empatía, pero con la capacidad de establecer límites. Según los autores, un clima familiar con estas características, se torna un factor protector importante y en una fuente esencial de resiliencia, lo que resulta clave, sobre todo, para los niños que viven en condiciones de pobreza y riesgo social. De ahí que el apego seguro y la parentalidad competente resulten particularmente cruciales en la primera infancia debido a que influyen de manera importante en el desarrollo de la personalidad, en aspectos tan esenciales, como el desarrollo emocional, cognitivo y adaptación social, así como el desarrollo de comportamientos resilientes, entre otros (Marrone, 2001).

Los niños aprenden por medio de la imitación y las primeras personas que hacen de modelos serán los que conformen su familia. Es por esto, que todas las actitudes y comportamientos que tengan los padres durante la infancia del niño determinarán el comportamiento que éste tenga en la vida adulta. Así, podemos decir que el crecimiento y desarrollo de un niño dentro de un clima de afecto, confianza y respeto dará como resultado una persona más abierta y segura en sí misma. Si por el contrario, el niño crece en un clima rígido y autoritario en el que no se le da la oportunidad de expresarse, será un adulto retraído y con problemas de autoestima. 

Los valores como el respeto, la convivencia o la tolerancia se aprenden en el seno familiar. Si los niños observan que sus padres saludan cada vez que entran a un sitio, ceden el asiento a un anciano o solicitan las cosas por favor seguramente él hará lo mismo cuando se encuentre en una situación similar. 

Sólo cuando sabemos lo que hacemos mal, podemos cambiarlo. Y es por eso que destacamos algunos fallos más comunes en los padres y los posibles remedios (David Cortejoso)
__________________________________________________________________________________________

1. No escuchar al niño: es bastante habitual que no les demos tiempo suficiente a explicarse o a expresarse, cortándoles, siendo autoritarios o dando por hecho lo que nos van a contar sin darles la oportunidad para ello. Déjalo hablar, ten paciencia.
2. No reconocerle sus virtudes o puntos fuertes: parece que muchas veces solo nos fijamos en sus fallos o defectos para intentar corregirlos, y nos olvidamos de alabarle lo que hace bien o sus puntos fuertes. El halago es un arma muy fuerte en su educación.
3. Hay que respetar su personalidad: cada niño es único y diferente. No tenemos porqué educarle para que haga lo mismo que el resto de los niños. Cada uno elige su camino, sus objetivos y propósitos, por lo que no todos los niños deben ser iguales.
4. Sobreprotegerles: es un error bastante común. La sobreprotección se produce por el temor de los padres a que le pase cualquier cosa al niño, desconfiando de su propia valía y acarreándole unas serias consecuencias. Hay que darle autonomía en su justa medida.
5. Acostumbrarles a que les hagan todo: son aquellos padres que hasta les siguen partiendo el filete cuando el niño tiene 9 años… A los niños hay que enseñarles a valerse por sí mismos, tienen una edad para aprender cada cosa, y cuanto antes lo aprendan mejor, sin apresurarse tampoco, claro.
6. Gritarles: por desgracia recurrimos al grito más de lo que debiéramos en muchas ocasiones. Los gritos les acarrean muchas consecuencias negativas.
7. Cuando hay hermanos, intentar educarlos igual: una cosa es que al haber hermanos intentemos transmitirles los mismos valores, que es lo correcto, y otra cuestión es que intentemos que sean iguales en todo, que no es correcto. Cada niño es distinto, y se debe educar en la individualidad. Un hermano tendrá unos puntos fuertes y otros débiles que habrá que corregir, y en otro hermano habrá otras cuestiones a limar.
8. Compararles: algo a lo que recurrimos constantemente. Mira tu hermano como…, si fueras como tu primo que…, mira Luis tu amigo lo bien que… Debemos evitar las comparaciones, cada niño es de una manera, y a lo mejor otro es mejor en esto o aquello, pero tu hijo lo será en otra cosa. Ellos ya saben compararse y usar sus propios modelos, no debemos atormentarles con continuas comparaciones todos los días.
9. No limitarlo en cosas sin verdadera importancia: está claro que si tu hijo te hace un buen dibujo en la pared de casa no está bien y te vas a enfadar, pero sopésalo, piensa si el dibujo es bueno, si es más importante la pared o la creatividad de tu hijo… No lo grites, corrígelo y dale los medios para que haga sus creaciones en el lugar adecuado. Darle cierto margen de actuación es muy importante para que tu hijo aprenda, explore y descubra poco a poco sus intereses, capacidades y limitaciones.
10. No comunicarnos: da igual la edad y el tema. La cuestión más importante a la hora de educar a un niño es hablar con él y que él hable contigo. De sentimientos, de temores, de dudas, de amistad, de sexo… una buena comunicación creará un buen vínculo entre padres e hijos.


Educar es una de las tareas más difíciles a las que nos enfrentamos los padres. Y, aunque no existen fórmulas mágicas, sí hay algunas cuestiones clave que tenemos que manejar con soltura. Nunca es pronto para comenzar a educarle. Estas son las reglas básicas para conseguir que tu hijo crezca feliz. 
_________________________________________________________________________________
1. Un ejemplo vale más que mil sermones 
Desde muy pequeños los niños tienden a imitar todas nuestras conductas, buenas y malas.
Podemos aprovechar las costumbres cotidianas -como saludar, comportarnos en la mesa, respetar las normas al conducir- para que adquieran hábitos correctos y, poco a poco, tomen responsabilidades.
De nada sirve sermonearle siempre con la misma historia si sus padres no hacen lo que le piden. 
Vídeo ilustrativo
2. Comunicación, diálogo, comprensión… 
Las palabras, los gestos, las miradas y las expresiones que utilizamos nos sirven para conocernos mejor y expresar todo aquello que sentimos. Por eso, incluso durante el embarazo, hay que hablar al bebé.
Debemos continuar siempre con la comunicación. Hablarle mucho, sin prisas, contarle cuentos y también dejar que él sea quien nos los cuente.
¿Has probado a hacerle una pregunta que empiece con «Qué piensas tú sobre...»? Así le demostramos que nos interesa su opinión y él se sentirá querido y escuchado. 
3. Límites y disciplina, sin amenazas 
Hay que enseñarle a separar los sentimientos de la acción. Las normas deben ser claras y coherentes e ir acompañadas de explicaciones lógicas. 
Tienen que saber lo que ocurre si no hace lo que le pedimos. Por ejemplo, debemos dejarle claro que después de jugar tiene que recoger sus juguetes. 
Es importante que el niño -y también nosotros- comprenda que sus sentimientos no son el problema, pero sí las malas conductas. Y ante ellas siempre hay que fijar límites, porque hay zonas negociables y otras que no lo son. Si se niega a ir al colegio, tenemos que reconocerle lo molesto que es a veces madrugar y decirle que nosotros también lo hacemos. 
4. Dejarle experimentar aunque se equivoque 
La mejor manera para que los niños exploren el mundo es permitirles que ellos mismos experimenten las cosas. Y si se equivocan, nosotros tenemos que estar ahí para cuidar de ellos física y emocionalmente, pero con límites. 
La sobreprotección a veces nos protege a los padres de ciertos miedos, pero no a nuestro hijo. Si cada vez que se cae o se da un golpe, por pequeño que sea, corremos alarmados a auxiliarle, estaremos animándole a la queja y acostumbrándole al consuelo continuo. Tenemos que dejarles correr riesgos. 
5. No comparar ni descalificar 
Hay que eliminar frases como «aprende de tu hermano», «¿Cuándo vas a llegar a ser tan responsable como tu prima?» o «eres tan quejica como ese niño del parque». 
No conviene generalizar y debemos prescindir de expresiones como «siempre estás pegando a tu hermana» o «nunca haces caso». 
Seguro que hace muchas cosas bien, aunque últimamente se esté comportando como un verdadero «trasto». Cada niño es único, no todos actúan al mismo ritmo y de la misma manera. 
Frases como «tú puedes nadar igual de bien que tu hermano, inténtalo. Ya lo verás» transforman su malestar en una sonrisa y le animan a conseguir sus metas. 
6. Compartir nuestras experiencias con otros padres 
Puede sernos muy útil. Así, vivir una etapa de rebeldía de nuestro hijo, algo muy frecuente a determinadas edades, puede dejar de ser una fuente de angustia tremenda y convertirse, simplemente, en una fase dura pero pasajera. Frases como «no te preocupes, a mi hijo le ocurría lo mismo», pueden ayudarnos a relativizar los «problemas» y, por tanto, conseguir que nos sintamos mejor y actuemos más tranquilos. 
Si estamos desorientados, preocupados o no sabemos cómo actuar, siempre podemos consultarlo con un profesional. 
7. Hay que reconocer nuestras equivocaciones 
Tenemos derecho a equivocarnos y eso no significa que seamos malos padres. Lo importante es reconocer los errores y utilizarlos como fuente de aprendizaje. 
Una frase sencilla como “perdona cariño”, refuerza su buen comportamiento y nos ayuda a sentirnos bien. 
8. Reforzar las cosas buenas 
Está comprobado que los refuerzos positivos, gestos de cariño, estímulos, recompensas resultan más eficaces a la hora de educar que los castigos. Por eso siempre debemos darle apoyo afectivo y dejar que sea él el que, según su capacidad, resuelva los problemas. 
Los niños son muy sensibles y los calificativos como «tonto» o «malo» les hacen mucho daño y pueden afectar de modo negativo a la valoración que tienen de ellos mismos. 
Debemos ser generosos con todo aquello que les hace sentirse valiosos y queridos. Si le premiamos con caricias, abrazos o palabras como «guapo» o «listo», estamos construyendo una buena autoestima. 
Tan importante como rectificar sus malas conductas es reconocer y reforzar las buenas. 
9. No hay que pretender ser sus amigos 
Aunque siempre conviene fomentar un clima de cercanía y confianza, eso no significa que debamos ser sus mejores amigos. 
Mientras que entre los niños el trato es de igual a igual, nosotros, como padres y educadores, estamos situados en un escalón superior. Desde allí les ofrecemos nuestros cuidados, experiencia, protección… pero también nuestras normas. 
Buscar su aprobación continua para todo puede ser un arma de doble filo, y le resultará muy difícil confiar en nosotros si no sabemos imponernos. 
Un buen padre no es aquel que cede de modo continuo y no enseña. 
10. Ellos también tienen emociones 
A veces pensamos que solo nosotros nos sentimos contrariados y que los niños tienen que estar todo el día felices. Pero también tienen preocupaciones. 
Su mundo emocional es igual o más complejo que el nuestro, por eso conviene dar importancia a sus emociones y ser conscientes de ellas. Debemos ayudar a nuestro hijo a poner nombre y apellido a lo que experimenta y siente.



Referencias bibliográficas:
Jorge Barudy, Maryorie Dantagnan. Los Buenos Tratos a la Infancia. Parentalidad, apego y resiliencia
Marrone, M. (2001). La teoría del apego: un enfoque actual. Madrid: Psimática.
Vila, I. (1998). Intervención psicopedagógica en el contexto familiar.
http://www.psicoglobalia.com









No hay comentarios:

Publicar un comentario