miércoles, 28 de mayo de 2014

RESOLUCIÓN DE CONFLICTOS: Habilidades y Estrategias

Los conflictos nos acompañan a lo largo de la vida, son parte de las relaciones humanas, afecta a todas las personas y está presente en todas las épocas y edades, y por tanto están presentes en la convivencia familiar. También son fuente de aprendizaje y aprender a manejarlos, resolverlos, conciliar, mediar y abordarlos, forma parte de todas relaciones sociales.

En todo conflicto, juegan un papel muy importante las emociones y la relación entre las partes puede salir fortalecida o deteriorada en función de cómo sea el proceso de resolución del mismo.

Hemos de tener presente que el conflicto es un rasgo inevitable de las relaciones sociales y por tanto de las relaciones familiares, pero no necesariamente negativo. El problema estriba en que todo conflicto puede adoptar un curso constructivo o destructivo y por lo tanto la cuestión no es tanto eliminar o prevenir el conflicto sino saber asumir dichas situaciones conflictivas y enfrentarse a ellas con los recursos suficientes para que todos los implicados en dichas situaciones salgan enriquecidos de ellas.

Partimos del principio de que el conflicto tiene, por lo tanto, muchas funciones y valores positivos. Evita los estancamientos, estimula el interés y la curiosidad, es la raíz del cambio personal y social, y ayuda a establecer las identidades tanto individuales como grupales. Así mismo en un plano más concreto, el conflicto ayuda a aprender nuevos y mejores modos de responder a los problemas, a construir relaciones mejores y más duraderas, a conocernos mejor a nosotros mismos y a los demás. Una vez que el sujeto ha experimentado los beneficios de una resolución de conflictos positiva, aumenta la probabilidad de que alcance nuevas soluciones positivas en los conflictos futuros.

En las familias se identifica el conflicto con pensar u opinar diferente y se asocia a sentimientos muy íntimos: a tensiones, acusaciones, falta de disposición a escuchar, a comprometerse, falta de acuerdo. Para lograr una convivencia sana dentro del hogar es de vital importancia conocer estrategias creativas de resolución de conflicto y, antes que todo, saber identificar cuáles son las situaciones conflictivas.

Los conflictos familiares surgen comúnmente de asuntos como:
Diferencias en cuanto a intereses, necesidades y deseos de cada uno.
Diferencia de opinión de un proceso a seguir (cómo hacer las cosas).
Criterio a seguir para tomar una decisión. 
Criterio de repartición de algo (quién se lleva qué parte).
Diferencia de valores.

A veces, estos comportamientos ocurren de manera impulsiva, sin plena conciencia del impacto que producen en los niños. En otros casos, estas formas de relación han sido aprendidas por los padres de sus propios padres, y para muchos son una forma válida de educar o no saben hacerlo de otro modo. En este sentido, aprender a escuchar al otro y tomar conciencia sobre las propias maneras de solucionar conflictos (muchas veces mal aprendidas) es el primer paso para la creación de alternativas pacíficas de vivir la diversidad del hogar.

Para poder resolver conflictos de manera pacífica se requiere seguir algunos pasos importantes, y asumir ciertas actitudes básicas:
Valorar el diálogo como instrumento de resolución del conflicto.
Ser capaz de escuchar y contener al otro en su visión del problema.
Generar confianza, confiar en el otro y en los compromisos que se adquieran.
Cooperar para que se llegue a acuerdo.

Teniendo estas actitudes como base, se puede trabajar la resolución de conflictos por etapas:
1. Reconocer la existencia de una tensión (ver el problema o conflicto).
2. Dialogar entre las partes en conflicto para definir exactamente cuál es el problema. Este diálogo implica necesariamente que cada parte es capaz de escuchar, sin atacar, los argumentos del otro.
3. Proponer soluciones alternativas en que cada parte ceda un poco, pero también gane un poco. Esta etapa es muy importante y hay que darle un buen tiempo, ya que una buena solución no siempre es la primera que surge.
4. Lograr un acuerdo concreto y visible con un compromiso de cumplimiento de ambas partes.

¿Qué habilidades son necesarias en la comunicación familiar y por tanto, para la gestión pacífica de los conflictos? 

La escucha activa. La escucha activa es una habilidad que desarrolla la capacidad de empatía hacia los demás, esto significa que aprendemos a ponernos en el lugar del otro cuando habla, y no solo oír lo que nos dice sino, y lo más importante, imaginar como se siente y los motivos o necesidades que le inducen a decir lo que dice.
La empatía es el esfuerzo que realizamos para reconocer y comprender los sentimientos y actitudes de las personas, así como las circunstancias que los afectan en un momento determinado. Cuando calzamos los zapatos de los demás y andamos juntos un rato estamos siendo empáticos. Gandhi nos lo recordaba cuando decía: "las tres cuartas partes de las miserias y malos entendidos en el mundo se acabarían si las personas se pusieran en los zapatos de sus adversarios y entendieran su punto de vista". 
Los padres son los que cubren las necesidades afectivas de los hijos y los que les enseñan, no solo a expresar los propios sentimientos, sino también, a descubrir y comprender los de los demás.
La asertividad: Ser asertivo significa confiar en uno mismo, en nuestras opiniones, nuestros derechos, deseos, relaciones, etc. Es lo que definimos como la autoafirmación personal: responsabilizarse uno mismo de sus sentimientos, emociones, pensamientos, opiniones, derechos, y darlos a conocer a los demás. También significa aceptar que los demás también tienen exactamente el mismo derecho a autoafirmarse.

Todas estas habilidades pueden aprenderse, no desesperes si no forman parte de tu registro!!




lunes, 5 de mayo de 2014

Economía de fichas o Calendario de recompensas

La Economía de Fichas es una técnica de modificación de conducta, utilizada frecuentemente con niños para promover y reforzar las emisiones de determinadas conductas socialmente deseables, seleccionadas y operacionalmente definidas al iniciar el programa. Generalmente se trata de conductas que el niño no realizaría espontáneamente, al menos no tan frecuentemente como esperan quienes lo educan o desean modificar su conducta.

Vamos a ver los pasos que hemos de dar para hacerlo bien!!

Definir bien la conducta que queremos cambiar
  • Hay que elegir bien la conducta que queremos cambiar. Tiene que ser algo que el niño pueda modificar (por ejem, por su desarrollo evolutivo)
  • El mensaje para definirla ha de ser  claro y objetivo: No vale “mantener el cuarto ordenado” ni “ser bueno”. Los niños entienden los mensajes claros y concisos como “recoger los juguetes después de usarlos” o “acudir cuando te llame”.
  • Que no sea demasiado ambicioso: Si sabemos que nuestro hijo es muy inquieto, no podemos pedirle que permanezca toda la comida sentado, pero sí darle una pegatina por aguantar cinco minutos sin levantarse y después ir aumentando los tiempos.
  • Que la conducta a cambiar esté formulada en positivo. Por ejemplo, “quedarme en mi cuarto si me despierto por la noche” en vez de “no despertar a papá y mamá”

Podemos utilizar tres tipos de tabla sencilla y atractiva

1.- Tabla sencilla de cinco casillas: En una cartulina, dibujamos una tabla con una sola fila (el comportamiento a cambiar) y columnas con los días de la semana (de lunes a viernes). Para hacerla más atractiva, en vez de hacer filas y columnas podemos dibujarla en plan recorrido (como el juego de la oca).
2.- Tabla con tres conductas: En realidad solo queremos cambiar una, pero utilizamos las otras dos para reforzar al peque. Por ejemplo, si ya sabe quitarse la ropa solo y pedir ir al baño pero no le gusta lavarse los dientes después de comer, incluiremos las tres conductas en forma de filas. Al conseguir premios y aprobación por las conductas que no le cuestan, será más fácil cambiar aquella con la que tiene más dificultades.
3.- Tabla para situaciones especiales: Es la que usa la mamá de Daniela cuando la lleva al súper, porque sabe que la niña es muy traviesa. En cualquier papel que encuentra por el bolso hace una tabla sencilla y le dice que si la rellena entera luego irán a comer un helado. Cada vez que Daniela ayuda a mamá a colocar las cosas en el carro, acude a la primera llamada o devuelve a la estantería las cosas que ha cogido por su cuenta, recibe una pegatina.

Colocar la tabla en un lugar bien visible

Por ejemplo, podemos ponerla en la pared de la cocina o en el salón y, si nos “curramos” el diseño, los niños estarán más motivados. ¿Cómo? Pues colocándola en la nevera con imanes llamativos en vez de pegatinas, haciendo dibujos con su personaje favorito... Además, es mucho mejor si en la tabla se usan imágenes (pegatinas de caritas sonrientes, fotos…) en vez de palabras. Por ejemplo, si lo que queremos es que pida ir al baño, podemos poner un dibujo de un inodoro o una foto del peque sentado en su orinal.


Como en todo juego, hay que respetar las reglas
  • La gratificación debe ser lo más inmediata posible: muchos papás optan por llevar pegatinas encima para dárselas en el momento.
  • Hay que mantener el compromiso: no funciona si un día le damos pegatina y otro se nos olvida o no le damos el premio que le habíamos prometido.
  • Solo caritas sonrientes: estamos trabajando el refuerzo positivo y se tiene que plantear como algo divertido, como un juego. Por lo tanto, solo se obtienen puntos cuando se consigue la conducta buscada, no le pondremos “puntos negativos” cuando no la haga ni le quitaremos pegatinas cuando se porte mal por otra cosa.

Algunas claves importantes y trucos para los papás y mamás:
  • Recuerda!! Papá y mamá son un equipo. Las normas han de ser definidas y aceptadas entre todos y si hay algún cambio, comunicación!!  Los dos debéis estar de acuerdo.
  • Para enseñar a los niños que las normas nos afectan a todos, niños y adultos, podéis dejar un hueco en el calendario de recompensas para vosotros. Aprovecha esa conducta tuya que te gustaría modificar (dar voces, correr y meter prisas...) para que ellos te lo recuerden y te quiten estrellas cuando lo hagas... será divertido para ellos y pedagógico para tí ;)
  • Puedes utilizar el calendario de recompensas para uno o más niños, no tienes que tener uno para cada hijo. Cada uno de ellos tendrá sus conductas a modificar, sus estrellas y sus recompensas.
  • Puedes utilizarlo en diferentes edades, pues ellos evolucionan y la tabla con ellos. Cada vez serán unas conductas diferentes las que querrás modificar y las recompensas también se adaptarán a sus edades.

Ánimo!!





Si quieres hacer tu propio calendario de recompensas, aquí tienes algunas ideas:

http://www.conmishijos.com/galerias/cuadros-de-incentivos-para-ninos-para-imprimir/

Referencias:
http://www.serpadres.es/3-6-anos/educacion-y-desarrollo/la-tabla-de-puntos-pegatinas-que-educan.html

viernes, 11 de abril de 2014

El Aprendizaje en los niños y niñas. Técnicas para la modificación de conductas.

Cuando un niño nace, no sabe jugar, estudiar, pensar, querer a los demás, prestar atención, hablar…Todas estas habilidades y conductas y la inmensa mayoría de las que un niño manifiesta las va aprendiendo a lo largo de los días y los años. Los padres, maestros y otras personas de la comunidad intervenimos de manera decisiva en ese largo y complejo aprendizaje.

Las rabietas, agresiones, peleas, miedos, timidez, desobediencia, problemas con las comidas... y la mayoría de los problemas de conducta que los niños presentan durante el desarrollo de su personalidad también los aprenden, no nacen con ellos. Y también en ese aprendizaje intervenimos activamente nosotros.



¿Cómo se aprenden las conductas?

Condicionamiento. Los niños y niñas aprenden conductas por condicionamiento cuando asocian dicha conducta a una respuesta o estimulo determinado. Por ejemplo el niño que tiene una rabieta y recibe atención, asocia la rabieta a la atención recibida. De esta forma ha aprendido un tipo de conducta para lograr una respuesta.
El modelo. Explica cómo enseñar conductas complejas, mediante un proceso de aproximaciones sucesivas. Si queremos que el niño aprenda un conducta compleja, descompongamos ésta en partes, ordenadas por el grado de dificultad, y vayamos reforzando su realización sucesiva. Un ejemplo: si queremos que nuestro hijo de seis años colabore en casa poniendo la mesa, al principio le pediremos que coloque el mantel y le felicitaremos por realizarlo. Después de varios días, cuando haya aprendido a poner el mantel, le pediremos que coloque el mantel y que lleve los platos y le felicitaremos por realizarlo. Así sucesivamente hasta conseguir el objetivo.
Imitación. Los niños y niñas, aprenden imitando la conducta de los adultos significativos para ellos. Aprenden más de lo que ven, que de lo que les dice. Los pequeños ven nuestro modo de actuar e imitan nuestro tipo de conducta. Suele ocurrir cuando les decimos a gritos que hablen en voz baja, cuando les decimos que no fumen mientras que sostenemos un cigarrillo en la mano, cuando les pedimos que nos escuchen y nosotros no les escuchamos, cuando les prohibimos que peguen a los demás mientras que les estamos dando una bofetada

Los niños y  niñas por lo tanto realizan una serie de conductas que han ido aprendiendo y que definen su  modo de actuar. Estos comportamientos pueden ser adecuados o inadecuados, depende de la experiencia previa de los pequeños.

En muchas ocasiones como adultos nos desesperamos cuando los más pequeños efectúan conductas no deseadas o no adecuadas en un momento determinado.  Pero debemos saber que  del mismo modo que se aprende una conducta no deseada se puede desaprender, y del mismo modo también se puede aprender una conducta deseada.

Para esto usamos las técnicas de modificación de conducta  que se basan en los principios generales de aprendizaje. 



PROCEDIMIENTOS Y TÉCNICAS DE MODIFICACIÓN DE CONDUCTA


Hay una creencia extendida de que ciertas conductas infantiles son propias de la edad y que con el tiempo tienden a desaparecer. Ciertamente, así puede suceder en muchos casos. Sin embargo, es muy arriesgado pasar por alto ciertos comportamientos con la esperanza de que el tiempo lo mejorará. Una intervención en la etapa infantil, no hecha a tiempo, puede suponer la consolidación, perpetuación y agravamiento del problema en la adolescencia. Las normas, valores y referentes deben construirse desde la temprana infancia y debemos intervenir para que la personalidad y valores del niño se instauren de manera adecuada.

Las técnicas para la modificación de conducta nos ayudan a trabajar con nuestros hijos e hijas para reforzar conductas positivas o eliminar aquellas disruptivas.

  • Refuerzo 
  • Castigo 
  • Tiempos fuera 
  • Extinción 
  • Consecuencia educativa 
  • Economía de fichas






viernes, 4 de abril de 2014

La estrategia de la "doble alternativa"

En el libro "¡Castigado!...", Mª Luisa Ferreros nos invita a probar nuevos métodos que, como sustitutivos al castigo, nos dan alternativas ingeniosas más efectivas a los padres y madres.

Entre ellos nos explica la estrategia de la "doble alternativa" que, brevemente, consiste en ser hábiles a la hora de dar alternativas a nuestros hijos/as cuando pretendemos conseguir que hagan algo. En lugar de darles a elegir entre hacerlo o no hacerlo, les daremos a elegir otras variables elegibles dentro del comportamiento deseado... Veamos algunos ejemplos del libro

Imaginemos una situación cotidiana: una pelea entre padre o madre e hijo para que éste se levante del sillón y se ponga a estudiar o a hacer los deberes. Normalmente, después de un tiempo prudencial en que el padre o la madre espera que sea el hijo el que decida levantarse y ponerse a estudiar, le empezamos a avisar: «Venga, ya es hora de que te pongas a estudiar.» Primero se lo decimos en tono cordial y, al rato,
empezamos a perder la paciencia. Sin embargo, la reacción del hijo o hija (a partir de 11 años en adelante) es de rebote: «¡Déjame! ¡Yo ya sé cuándo tengo que estudiar!», «¡No te metas en mi vida!», «¡Lo haré a mi manera!» y otras contestaciones similares.  Desgraciadamente, lo único que conseguimos es que el niño o niña no estudie y que reine la tensión en nuestro ambiente familiar.

Con la técnica de la ilusión de la doble alternativa, no vamos a entrar en disputas sobre si estudia o no, sino que se trata de que nos diga qué va a estudiar primero, si matemáticas o sociales, por ejemplo. En este caso, el padre o madre le plantean una elección libre a su hijo: «¿Por dónde quieres empezar?, ¿qué vas a estudiar primero, matemáticas o sociales?»

La ilusión de tener una alternativa se oculta, en este caso, bajo la palabra «primero», ya que la elección se centra no en si estudia o no, ya que tal opción ni siquiera se menciona, sino en cuál de los dos trabajos o deberes (que tenía que hacer de todas formas) prefiere hacer primero. De esta forma se consigue que el niño no se sienta presionado, sino valorado, porque le dejamos elegir libremente la mejor opción para él. Su respuesta siempre es positiva. Los padres pueden hacer una hábil aplicación de la ilusión de alternativas para superar muchas de las dificultades típicas y de las «luchas de poder» o pulsos que surgen con los hijos para ver si se salen con la suya. Podemos decir: «¿Prefieres desayunar y tomarte un solo vaso de leche, o tomarte dos vasos de leche a la hora de merendar? Tú decides.» Con esta elección se da por supuesto que la leche se la va a beber; lo que le dejamos decidir es si toma un vaso ahora o dos vasos después. 

Otro ejemplo: «¿A qué hora cerramos la luz, a las 8.30 h o a las 8.45 h?» Mediante esta doble alternativa se presupone que a esa hora (entre las 8.30 h y las 8.45 h máximo) ya estará en la cama para decidir cuándo le apagamos la luz. Este tipo de técnicas es más complicado de utilizar cuando el adolescente tiene más de 17 años. En este caso hay que ser más hábil ofreciendo alternativas, pero, si se hace bien, también funciona. Eso se debe a que la ilusión bloquea la función crítica y analítica del hemisferio cerebral izquierdo. Al ofrecerle nuevas perspectivas al niño o niña, se produce una reestructuración de su pensamiento gracias a la cual podemos hallar modernas soluciones a los problemas cotidianos que surgen en la convivencia.

¿Qué piensas sobre esta herramienta? 
¿La ponemos en práctica y ponemos en común lo que hemos hecho y los resultados? Recuerda!! hay que ser creativo ;)

Te animamos a que compartas aquí tu experiencia!! De ella, aprenderemos todos/as.

Gracias.

Sustituir el castigo por "CONSECUENCIAS EDUCATIVAS"

Mª Luisa Ferrerós nos ofrece una alternativa al castigo en su libro "¡Castigado! ¿es necesario?. Alternativas educativas, ingeniosas y eficaces" que recomendamos en el taller 1 de la Escuela de familias.

Los castigos modernos o consecuencias educativas tienen el claro objetivo de enseñar al niño lo que está bien y lo que está mal para que así aprenda a comportarse. Por lo tanto, las consecuencias o correctivos han de ser constructivos, nunca destructivos. En ese sentido, hemos de evitar a toda costa reñirlos cuando hemos perdido los nervios o estamos muy enfadados, porque entonces seguro que no aplicamos l a corrección adecuada a la situación.

Resumimos aquí las claves de las "CONSECUENCIAS EDUCATIVAS" para aquellas familias que visitan nuestra Escuela Virtual

Las consecuencias educativas han de ser...

Excepcionales:
• Las consecuencias negativas, los castigos o sanciones negativas, los «NO» a determinadas actitudes han de tener carácter extraordinario y una finalidad educativa.
• La norma, por encima de todo, ha de ser la de valorar las conductas positivas del niño o niña. Un exceso de reprimendas tiene efectos negativos.

Inmediatas y claras
• El niño ha de saber por qué se le advierte o castiga.
• Hay que decirle de forma inmediata cuáles son las consecuencias (de su comportamiento  inadecuado o fuera de lugar) a las que ha de enfrentarse, aunque su realización quede pendiente para el fin de semana.

Proporcionales
• La consecuencia que se le aplicará debe adecuarse al tipo y gravedad de la falta, a la edad y a la intención.
• No pueden ser prohibiciones absolutas, del tipo «Nunca más verás la tele por la noche», que le cierren el horizonte al niño, que duren demasiado, que resulten inaplicables finalmente o que no le den al niño la oportunidad de demostrar su buen comportamiento o una mejora de éste.

Equilibradas
No hay que enfadarse con el niño cuando estemos cansados, por rabia o «para ver si así aprende». La educación no debe depender del estado de ánimo o de los problemas personales
de los adultos.

Coherentes
• Hay que dejar claros cuáles son los comportamientos aceptables e inaceptables, y no cambiar las normas cada semana. Conviene anticipar las consecuencias de ciertas conductas: «Si hoy llegas tarde, el próximo día...», y aplicar siempre las mismas consecuencias para las mismas faltas.

Aplicables
• Como hemos dicho en el primer punto, conviene ser prudente y no abusar de las advertencias y los castigos. Pero si se imponen, hay que mantenerlos y exigir su cumplimiento. Así que, cuando estemos decidiendo cuál va a ser la consecuencia educativa, hay que valorar que sea aplicable, porque se tiene cumplir.

Las claves de una consecuencia educativa eficaz

• No añadiremos comentarios negativos. Evitaremos los reproches, las ironías o las  humillaciones. Una consecuencia educativa es suficientemente clara y eficaz; no los necesita. Esa clase de comentarios sólo empeora la situación y la relación con nuestro hijo o hija.
Marcos (4 años) se ha pillado los dedos con la cadena de la bici después de haberle avisado varias veces. No le diremos: «Ya lo veía venir» o «Estaba seguro de que pasaría esto». Simplemente, no haremos comentarios y lo consolaremos curándole la herida.

• La consecuencia educativa debe ser inmediata. Para que reaccionen es muy importante que las consecuencias sean lo más inmediatas posible. 
Max juega molestando a su hermano en la cena. La consecuencia inmediata es quitarle el plato de la mesa en ese momento, no al cabo de un rato. Si se han portado mal en el colegio, con la canguro o con los abuelos, son ellos mismos, y en el momento y lugar en que ocurre, los que han de aplicar las consecuencias adecuadas, y no esperar a que lleguen los padres.

• La consecuencia debe guardar relación con la conducta del niño/a. No tiene sentido que dejemos sin postre o sin ver la televisión a nuestro hijo por no recoger los juguetes de su habitación. Sería más apropiado guardarle los juguetes no recogidos durante una temporada. Si vuelve a reincidir en más ocasiones, le haremos una bolsa con los juguetes y los llevaremos a los niños pobres con él. Le diremos que ya que él no sabe cuidarlos, se los vamos a dar a otros niños que sí lo harán.

• Ofrece a tu hijo un modelo a imitar. Carla juega con el tenedor, haciendo «el payaso» delante de sus hermanos. Su madre puede actuar de dos maneras, decirle: «Carla, todos sabemos que eres un poco pequeña y por eso no sabes utilizar el tenedor como una persona mayor; así que te acabas de quedar sin tenedor y no podrás acabar de comer» o bien: «En la próxima comida  podrás usarlo si demuestras que sabes utilizarlo y podrás comer con todos. Si no, tendrás que usar la cuchara como un bebé.» La consecuencia es la misma: quedarse sin tenedor, pero la segunda opción ofrece un modelo a imitar.

• Coherencia entre los padres. Ambos padres han establecido que no se puede jugar a la Play Station entre semana. Su hijo les pregunta por separado si puede jugar a la Play. Ambos deben mantenerse firmes,  sabiendo qué es lo que contestará su pareja.

• Son mejores las consecuencias educativas de poca duración que las de largo plazo. Si sobrepasamos el límite de una semana en la aplicación de una consecuencia, los niños lo dan todo por perdido y ya no se esfuerzan por recuperar sus privilegios. Hemos de tener en cuenta que su concepción espacio-temporal no es como la nuestra. El tiempo para ellos dura mucho y se hace muy largo. Les hemos de dar la posibilidad de volver a probar a comportarse bien y que puedan aprenderlo en un período de tiempo razonable para ellos.


Más información en el libro citado y en www.metodoferreros.com


martes, 18 de marzo de 2014

Conocerles para comprenderles y ayudarles

Desarrollo evolutivo desde los 3 años a la adolescencia.


El camino que tiene que recorrer un niño durante su infancia y adolescencia no es fácil. Son muchos los logros que ha de ir superando y muchas las situaciones nuevas a las que ha de encontrar la forma de adaptarse.

El desarrollo psicológico de un niño supone atender a su crecimiento físico, psicomotor e intelectual. Pero implica también un desarrollo  cognitivo, socioafectivo, de la personalidad, social y de normas y valores.

El desarrollo de la personalidad y de las emociones desde los primeros años de vida está íntimamente relacionado con los procesos educativos y de socialización dentro de la familia
Así, la mayor o menor autoestima, la regulación adecuada de las emociones, y la construcción de una personalidad sana tienen lugar en el seno de la familia.

Es por ello que proponemos un ENTRENAMIENTO PSICOEDUCATIVO PARA PADRES, que se ofrece como una estrategia preventiva. Comprender por qué nuestros hijos actúan de una determinada manera, saber solucionar los pequeños conflictos del día a día, conocer  las estrategias que a los niños les permite hacer frente a sus emociones y controlarlas, etc. En definitiva, aplicar un estilo educativo que ayude al desarrollo psicológico del niño y del adolescente.

Este entrenamiento pasa por el conocimiento del desarrollo de nuestros hijos para que aprendamos comprenderles y así ayudarles en su camino hacia la maduración, independencia y desarrollo de una personalidad fuerte y con valores que le lleven a ser niños, adolescentes y futuros adultos sanos y felices.

Desarrollo intelectual, social, del lenguaje, la personalidad...


Referencias bibliográficas:
DESARROLLO PSICOLOGICO Y EDUCACION (VOL. 1): PSICOLOGIA EVOLUTIVA VV.AA. , ALIANZA EDITORIAL, 2004
DESARROLLO PSICOLOGICO Y EDUCACION (VOL. 2): PSICOLOGIA DE LA EDU CACION ESCOLAR. JESUS PALACIOS; ALVARO MARCHESI; CESAR COLL , ALIANZA EDITORIAL, 2004





La familia y su importancia en el desarrollo del menor

Claves para tener siempre presente

El ambiente familiar es el conjunto de relaciones que se establecen entre los miembros de la familia que comparten el mismo espacio. Cada familia vive y participa en estas relaciones de una manera particular, de ahí que cada una desarrolle unas peculiaridades propias que le diferencian de otras familias. Pero el ambiente familiar, sea como sea la familia, tiene unas funciones educativas y afectivas muy importantes, ya que partimos de la base de que los padres tienen una gran influencia en el comportamiento de sus hijos y que este comportamiento es aprendido en el seno de la familia.

El ambiente familiar influye de manera decisiva en nuestra personalidad. Las relaciones entre los miembros de la casa determinan valores, afectos, actitudes y modos de ser que el niño va asimilando desde que nace. Por eso, la vida en familia es un eficaz medio educativo al que debemos dedicar tiempo y esfuerzo. La escuela complementará la tarea, pero en ningún caso sustituirá a los padres.

La parentalidad competente se caracteriza por un modelo afectivo de apego seguro, un estilo relacional centrado en las necesidades de los hijos y una autoridad afectuosa caracterizada por la empatía, pero con la capacidad de establecer límites. Según los autores, un clima familiar con estas características, se torna un factor protector importante y en una fuente esencial de resiliencia, lo que resulta clave, sobre todo, para los niños que viven en condiciones de pobreza y riesgo social. De ahí que el apego seguro y la parentalidad competente resulten particularmente cruciales en la primera infancia debido a que influyen de manera importante en el desarrollo de la personalidad, en aspectos tan esenciales, como el desarrollo emocional, cognitivo y adaptación social, así como el desarrollo de comportamientos resilientes, entre otros (Marrone, 2001).

Los niños aprenden por medio de la imitación y las primeras personas que hacen de modelos serán los que conformen su familia. Es por esto, que todas las actitudes y comportamientos que tengan los padres durante la infancia del niño determinarán el comportamiento que éste tenga en la vida adulta. Así, podemos decir que el crecimiento y desarrollo de un niño dentro de un clima de afecto, confianza y respeto dará como resultado una persona más abierta y segura en sí misma. Si por el contrario, el niño crece en un clima rígido y autoritario en el que no se le da la oportunidad de expresarse, será un adulto retraído y con problemas de autoestima. 

Los valores como el respeto, la convivencia o la tolerancia se aprenden en el seno familiar. Si los niños observan que sus padres saludan cada vez que entran a un sitio, ceden el asiento a un anciano o solicitan las cosas por favor seguramente él hará lo mismo cuando se encuentre en una situación similar. 

Sólo cuando sabemos lo que hacemos mal, podemos cambiarlo. Y es por eso que destacamos algunos fallos más comunes en los padres y los posibles remedios (David Cortejoso)
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1. No escuchar al niño: es bastante habitual que no les demos tiempo suficiente a explicarse o a expresarse, cortándoles, siendo autoritarios o dando por hecho lo que nos van a contar sin darles la oportunidad para ello. Déjalo hablar, ten paciencia.
2. No reconocerle sus virtudes o puntos fuertes: parece que muchas veces solo nos fijamos en sus fallos o defectos para intentar corregirlos, y nos olvidamos de alabarle lo que hace bien o sus puntos fuertes. El halago es un arma muy fuerte en su educación.
3. Hay que respetar su personalidad: cada niño es único y diferente. No tenemos porqué educarle para que haga lo mismo que el resto de los niños. Cada uno elige su camino, sus objetivos y propósitos, por lo que no todos los niños deben ser iguales.
4. Sobreprotegerles: es un error bastante común. La sobreprotección se produce por el temor de los padres a que le pase cualquier cosa al niño, desconfiando de su propia valía y acarreándole unas serias consecuencias. Hay que darle autonomía en su justa medida.
5. Acostumbrarles a que les hagan todo: son aquellos padres que hasta les siguen partiendo el filete cuando el niño tiene 9 años… A los niños hay que enseñarles a valerse por sí mismos, tienen una edad para aprender cada cosa, y cuanto antes lo aprendan mejor, sin apresurarse tampoco, claro.
6. Gritarles: por desgracia recurrimos al grito más de lo que debiéramos en muchas ocasiones. Los gritos les acarrean muchas consecuencias negativas.
7. Cuando hay hermanos, intentar educarlos igual: una cosa es que al haber hermanos intentemos transmitirles los mismos valores, que es lo correcto, y otra cuestión es que intentemos que sean iguales en todo, que no es correcto. Cada niño es distinto, y se debe educar en la individualidad. Un hermano tendrá unos puntos fuertes y otros débiles que habrá que corregir, y en otro hermano habrá otras cuestiones a limar.
8. Compararles: algo a lo que recurrimos constantemente. Mira tu hermano como…, si fueras como tu primo que…, mira Luis tu amigo lo bien que… Debemos evitar las comparaciones, cada niño es de una manera, y a lo mejor otro es mejor en esto o aquello, pero tu hijo lo será en otra cosa. Ellos ya saben compararse y usar sus propios modelos, no debemos atormentarles con continuas comparaciones todos los días.
9. No limitarlo en cosas sin verdadera importancia: está claro que si tu hijo te hace un buen dibujo en la pared de casa no está bien y te vas a enfadar, pero sopésalo, piensa si el dibujo es bueno, si es más importante la pared o la creatividad de tu hijo… No lo grites, corrígelo y dale los medios para que haga sus creaciones en el lugar adecuado. Darle cierto margen de actuación es muy importante para que tu hijo aprenda, explore y descubra poco a poco sus intereses, capacidades y limitaciones.
10. No comunicarnos: da igual la edad y el tema. La cuestión más importante a la hora de educar a un niño es hablar con él y que él hable contigo. De sentimientos, de temores, de dudas, de amistad, de sexo… una buena comunicación creará un buen vínculo entre padres e hijos.


Educar es una de las tareas más difíciles a las que nos enfrentamos los padres. Y, aunque no existen fórmulas mágicas, sí hay algunas cuestiones clave que tenemos que manejar con soltura. Nunca es pronto para comenzar a educarle. Estas son las reglas básicas para conseguir que tu hijo crezca feliz. 
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1. Un ejemplo vale más que mil sermones 
Desde muy pequeños los niños tienden a imitar todas nuestras conductas, buenas y malas.
Podemos aprovechar las costumbres cotidianas -como saludar, comportarnos en la mesa, respetar las normas al conducir- para que adquieran hábitos correctos y, poco a poco, tomen responsabilidades.
De nada sirve sermonearle siempre con la misma historia si sus padres no hacen lo que le piden. 
Vídeo ilustrativo
2. Comunicación, diálogo, comprensión… 
Las palabras, los gestos, las miradas y las expresiones que utilizamos nos sirven para conocernos mejor y expresar todo aquello que sentimos. Por eso, incluso durante el embarazo, hay que hablar al bebé.
Debemos continuar siempre con la comunicación. Hablarle mucho, sin prisas, contarle cuentos y también dejar que él sea quien nos los cuente.
¿Has probado a hacerle una pregunta que empiece con «Qué piensas tú sobre...»? Así le demostramos que nos interesa su opinión y él se sentirá querido y escuchado. 
3. Límites y disciplina, sin amenazas 
Hay que enseñarle a separar los sentimientos de la acción. Las normas deben ser claras y coherentes e ir acompañadas de explicaciones lógicas. 
Tienen que saber lo que ocurre si no hace lo que le pedimos. Por ejemplo, debemos dejarle claro que después de jugar tiene que recoger sus juguetes. 
Es importante que el niño -y también nosotros- comprenda que sus sentimientos no son el problema, pero sí las malas conductas. Y ante ellas siempre hay que fijar límites, porque hay zonas negociables y otras que no lo son. Si se niega a ir al colegio, tenemos que reconocerle lo molesto que es a veces madrugar y decirle que nosotros también lo hacemos. 
4. Dejarle experimentar aunque se equivoque 
La mejor manera para que los niños exploren el mundo es permitirles que ellos mismos experimenten las cosas. Y si se equivocan, nosotros tenemos que estar ahí para cuidar de ellos física y emocionalmente, pero con límites. 
La sobreprotección a veces nos protege a los padres de ciertos miedos, pero no a nuestro hijo. Si cada vez que se cae o se da un golpe, por pequeño que sea, corremos alarmados a auxiliarle, estaremos animándole a la queja y acostumbrándole al consuelo continuo. Tenemos que dejarles correr riesgos. 
5. No comparar ni descalificar 
Hay que eliminar frases como «aprende de tu hermano», «¿Cuándo vas a llegar a ser tan responsable como tu prima?» o «eres tan quejica como ese niño del parque». 
No conviene generalizar y debemos prescindir de expresiones como «siempre estás pegando a tu hermana» o «nunca haces caso». 
Seguro que hace muchas cosas bien, aunque últimamente se esté comportando como un verdadero «trasto». Cada niño es único, no todos actúan al mismo ritmo y de la misma manera. 
Frases como «tú puedes nadar igual de bien que tu hermano, inténtalo. Ya lo verás» transforman su malestar en una sonrisa y le animan a conseguir sus metas. 
6. Compartir nuestras experiencias con otros padres 
Puede sernos muy útil. Así, vivir una etapa de rebeldía de nuestro hijo, algo muy frecuente a determinadas edades, puede dejar de ser una fuente de angustia tremenda y convertirse, simplemente, en una fase dura pero pasajera. Frases como «no te preocupes, a mi hijo le ocurría lo mismo», pueden ayudarnos a relativizar los «problemas» y, por tanto, conseguir que nos sintamos mejor y actuemos más tranquilos. 
Si estamos desorientados, preocupados o no sabemos cómo actuar, siempre podemos consultarlo con un profesional. 
7. Hay que reconocer nuestras equivocaciones 
Tenemos derecho a equivocarnos y eso no significa que seamos malos padres. Lo importante es reconocer los errores y utilizarlos como fuente de aprendizaje. 
Una frase sencilla como “perdona cariño”, refuerza su buen comportamiento y nos ayuda a sentirnos bien. 
8. Reforzar las cosas buenas 
Está comprobado que los refuerzos positivos, gestos de cariño, estímulos, recompensas resultan más eficaces a la hora de educar que los castigos. Por eso siempre debemos darle apoyo afectivo y dejar que sea él el que, según su capacidad, resuelva los problemas. 
Los niños son muy sensibles y los calificativos como «tonto» o «malo» les hacen mucho daño y pueden afectar de modo negativo a la valoración que tienen de ellos mismos. 
Debemos ser generosos con todo aquello que les hace sentirse valiosos y queridos. Si le premiamos con caricias, abrazos o palabras como «guapo» o «listo», estamos construyendo una buena autoestima. 
Tan importante como rectificar sus malas conductas es reconocer y reforzar las buenas. 
9. No hay que pretender ser sus amigos 
Aunque siempre conviene fomentar un clima de cercanía y confianza, eso no significa que debamos ser sus mejores amigos. 
Mientras que entre los niños el trato es de igual a igual, nosotros, como padres y educadores, estamos situados en un escalón superior. Desde allí les ofrecemos nuestros cuidados, experiencia, protección… pero también nuestras normas. 
Buscar su aprobación continua para todo puede ser un arma de doble filo, y le resultará muy difícil confiar en nosotros si no sabemos imponernos. 
Un buen padre no es aquel que cede de modo continuo y no enseña. 
10. Ellos también tienen emociones 
A veces pensamos que solo nosotros nos sentimos contrariados y que los niños tienen que estar todo el día felices. Pero también tienen preocupaciones. 
Su mundo emocional es igual o más complejo que el nuestro, por eso conviene dar importancia a sus emociones y ser conscientes de ellas. Debemos ayudar a nuestro hijo a poner nombre y apellido a lo que experimenta y siente.



Referencias bibliográficas:
Jorge Barudy, Maryorie Dantagnan. Los Buenos Tratos a la Infancia. Parentalidad, apego y resiliencia
Marrone, M. (2001). La teoría del apego: un enfoque actual. Madrid: Psimática.
Vila, I. (1998). Intervención psicopedagógica en el contexto familiar.
http://www.psicoglobalia.com